El Brujo que vivió durante un día

  
«El Brujo que vivió durante un día se despide del Príncipe del beso de la vida».

Un Brujo de alma negra le habló un día,
usando su magia oscura a la distancia,
a un Príncipe misterioso que no conocía.
La conversación fue entretenida y sin ansias.

En el agua de la fuente, el Brujo veía
la cara del Príncipe, que en su castillo estaba;
con rostro alegre todo el tiempo reía,
le causaba gracia lo que el Brujo le hablaba.

Un día, el Brujo le dijo al azul sanguíneo:
déjeme conjurar para ir donde usted esté.
El Príncipe dijo sí, y acordaron el sitio.
El Brujo buscaba amistad, mas no lo que vendría después.

La noche de aquel día se conocieron al fin
bajo la mirada de la luna en la ciudad.
En sus bocas, pusieron sabores fríos mientras caminaban por ahí
y en la carrosa del Príncipe, buscaron la soledad.

El Brujo tenía veintiún conjuros de invierno en las manos;
el Príncipe por siete más lo pasaba.
Brujo ya impuro, pero jamás amado,
sintió lo que es estar vivo; el Príncipe lo besaba…

Pequeño Brujo se olvidó de sus heridas y del hastío;
caminaba por las calles ausente de la realidad.
Ya no quería morir; deseaba estar para siempre vivo.
El negro vacío se llenó de pronto de claridad.

El Brujo esperó y buscó. Pasó tanto tiempo…
El Príncipe desapareció; las plegarias casi no contestó.
Cada hora que pasó, la oscuridad volvió a su reino
en el corazón y alma del Brujo, otra vez lo invadió.

El Brujo (hurgando el mundo en el agua) miró
en un paseo nocturno con tristeza lo que temía:
el Príncipe anunciaba a viva voz
que un amor con otro hombre tenía.

El brujo le preguntó al Príncipe —¿por quién me cambió usted?
El Príncipe respondió —me enamoré; no lo pude evitar.
El Brujo se despidió, mostrándole la realidad cruel;
no aceptó la idea del Príncipe de continuar con una amistad.

Con lágrimas en los ojos, el Brujo decidió:
todos los caminos que daban al Príncipe, hizo desaparecer.
Con una daga, mató todo lo que por el Príncipe sintió;
como tantas veces, su alma vio desfallecer.

Cuando el Brujo despertó del letargo en el abismo,
miró su alma, otra vez herida y consumida;
se levantó para seguir con sus conjuros y hechizos;
después de todo es brujo y, como tal, sabía lo que pasaría…
  
  
  
  
Morgan Le Sorcier. 23-08-10

Hipocresía de buena crianza

  
Eres como una moneda de oro;
le caes bien a casi todos.
Te vuelves un ícono en todas partes;
realmente no me interesa,
si soy una sombra de ti, no me molesta.

Muchos de tus buenos amigos
simplemente me ignoran cuando no estoy contigo.
Es como si no notaran mi presencia,
y cuando te acompaño,
mágicamente desaparece mi ausencia.

Yo no les importo en lo más mínimo;
solo es falsa buena crianza.
¡Qué incomodo me siento cuando esto pasa!,
preferiría que aun contigo no me notaran…

Tú sabes que siempre he sido de bajo perfil;
si preguntas por mí, eso te contestarán.
Desde que me acerqué a ti,
a muchos conocí, amistad por amistad;
eso es empatía prestada para mí.

Ellos creen que porque estoy en tu camino
y mis pasos van tras los tuyos,
seré tu reflejo, seremos tan parecidos;
no se dan cuenta de que somos tan distintos
que podríamos chocar… y ser los peores enemigos.
  
Morgan Le Sorcier. 17-08-10

El veneno negro y mi final

  
«El veneno negro apagó mis pensamientos, terminó con mi vida... ¿Está ahora usted contento?».

Azulada libertad en su seno.
Asombrosa claridad del rey de fuego;
sus rayos de sol llegaban hasta aquí
y arriba, el eterno movimiento
hacía bailar agua de mar, aire de cielo;
nos daba la vida, hacía nuestro lugar bello.

Aquí la libertad se sentía en extenso:
podía cerrar los ojos y dejar que acariciara mi cuerpo;
podía ir tan rápido…; podía caer suave, lento;
y esconder mi fragilidad en la oscuridad,
en la suave inmensidad que cubre mi mundo completo;
o dormir mientras oía infinidad de ecos.

Ese día no imaginamos que iba a pasar esto.
Violento estruendo siniestro
y ellos cayeron, se hundieron.
Sentí como tocaron la arena del suelo;
parecía el pulso de una melodía de duelo.
Vi como las almas les huían del cuerpo;
subiendo en burbujas, se fueron;
una me rozó la piel, me quemó por dentro…

Sentí el miedo de un desconocido.
Vi por un segundo en lo que nos convertimos.
La negra capa de la muerte que vino a cubrirnos
ha vuelto estas aguas grises, las ha dejado yermas.
Pronto estaré sumido en el sueño eterno;
será mejor que seguir agonizando en el oscuro averno
y quizá sea mejor que todos cesemos de este sufrimiento.

Aún no entiendo qué hicimos
para recibir esta condena,
el infernal abrazo que nunca pedimos,
sostenido en el pilar de muerte
que se yergue desde nuestro suelo.
Aquí ya nada vive, nadie sueña;
ya no bailan agua de mar, aire de cielo.
Nuestras vidas se apagan lentamente para siempre…
  
  
  
  
Morgan Le Sorcier. 04-08-10